2.
Mientras iba
rumbo a mi pueblo, me puse mis cascos y encendí mi mp3. Estaba puesta a toda
castaña mi canción preferida, cuando creo que escuché vagamente como mi móvil
sonaba insistentemente. Pero, la pena es que no me di cuenta, apenas pude
escuchar que fuera mi móvil. Como nadie solía llamarme a esas horas, excepto mi
madre, supongo que no le di mucha importancia al sonido vago que escuchaban de
fondo mis oídos.
Después de treinta minutos de paseo en aquel autobús que cogía
normalmente por las tardes, al fin había llegado a mi destino, a mi pueblo.
Antes de bajarme del autobús, justamente quedaban apenas 8 minutos escasos para
bajarme en mi parada, cuando un chico que no había visto nunca en aquel autobús,
moreno, de ojos marrones bien bonitos, de unos 22 años aproximadamente, con un moratón en el brazo izquierdo, se me
acercó y me preguntó:
-
Hola. Perdona que te moleste. ¿Podría hacerte una pregunta? Es
que estoy un poco dudoso, y como no veo que el conductor esté muy por la labor
de contestarme…
-
Sí, dime – Le contesté sin mirarlo casi a la cara.
-
¿Este pueblo es El Albujón?
-
Sí, es éste – le dije con firmeza.
-
Vale, muchas gracias – dijo aquel chico.
-
De nada – le dije sonriendo. A la vez yo estaba preguntándome
quién sería y por qué iría a mi pueblo.
Ese chico ya lo había visto antes por Cartagena o no sé. No
recordaba donde. El caso es que me sonaba ya su cara de algo y no sabía de qué.
Y eso era muy extraño en mí. Siempre me quedaba con la cara de la gente,
siempre solía recordar de qué me sonaban, tenía memoria fotográfica, pero aquel
chico me hizo reflexionar durante un buen rato y no encontré las respuestas a
mis preguntas. En mi interior se quedó una sensación bastante extraña. De
pronto me dio un pequeño escalofrío que llegó a recorrer todo mi cuerpo en
cuestión de un segundo. Intenté dejar de pensar por un instante. Porque yo soy
de ese tipo de personas que le da cien mil vueltas a la cabeza y hasta que no
consigo averiguar ciertas cosas, no paro, soy muy cabezota.
Cuando me bajé del autobús, vi como el chico se bajaba del
autobús con un ramo de rosas rojas. Mientras yo caminaba hacia mi calle, vi
como aquel chico se quedaba sentado, como si estuviera esperando a alguien en
la parada donde yo me bajé. Sé que el chico no despegó sus ojos de mi, de cómo
caminaba, de cómo iba hacia mi casa. Al menos es lo que sentí. Sentí como sus
ojos se clavaban en mí a cada paso que daba. Miré mi móvil, porque cuando
estaba con el mp3 creí haberlo escuchado, y en el registro de llamadas no había
ni un solo número reflejado en mis llamadas, ni tan siquiera el de mi madre,
que es el único que siempre suele estar. Eso me hacía qué pensar. ¿Quién
cojones había tocado mi móvil? Si yo estuve vigilándolo. Estaba encima de mí
todo el rato. Estaba en mi mochila. Me entraron unos sudores de repente, que
casi me desmayo al dejar caer mi pie derecho sobre el escalón de la acera de mi
calle. Al llegar a casa, seguía viendo al muchacho sentado en la parada del
autobús y seguía mirándome fijamente. Entré en casa, y dejé mi mochila con el
libro de historia y la carpeta azul, y le dije a mi madre que iba a salir a dar
una vuelta con Daniela, una amiga con la que había compartido hasta la chupeta.
Una amiga que nunca se había separado de mi lado. Vivía justo en la calle de
atrás de mi casa, aunque un poco más abajo. Mi amiga era guapísima. Tenía a
muchos pretendientes detrás de ella. Tenía el pelo castaño, largo y liso como
la seda. Su piel era muy morena, le encantaba tomar el sol por las tardes para
estar así. Su cara era fina pero un poco redondita. En sus mejillas había dos hoyuelos
cada vez que sonreía, algo que a mí siempre me había gustado de su cara tan
bonita y que siempre me hubiera gustado tener. Sus ojos eran raros, no había un
color exacto para definirlos. Tenía un tono de marrón tirando a verde, y si te
quedabas mirando fijamente a sus ojos, podías ver que tenía un extraño dibujo
en el interior de sus pupilas. Físicamente era toda una modelito, de tallas normales.
Su estatura sería de un metro y cincuenta y nueve centímetros aproximadamente,
su complexión era media, pero parecía a simple vista bastante delgada, a pesar
de que pesaba unos 50 o 60 kilos. Era mi mejor amiga. ¿Qué podría decir de
ella? Para mi era como un ejemplo a seguir de superación. Decidí salir de casa,
y fui a casa de Daniela lo más rápido posible, y llamé a su puerta, y cuando
abrieron dije:
-
Hola ¿está Daniela? – Pregunté rápidamente.
-
Sí, está en su habitación. Un momento, ahora mismo la llamó - me
dijo su madre.
-
Hola flor de pitiminí, ¿qué haces tú por aquí ya? ¿A estas
horas? – Me dijo muy contenta.
-
Dani, tengo que contarte algo muy raro que me ha pasado hoy en
el autobús. Pero antes, tienes que acompañarme a la parada del autobús. Después
te lo cuento. Pero venga, vamos, ¡date prisa por favor!
Daniela se quedó un poco asustada, se le notó por la cara de póker
que puso, porque no era habitual que yo le metiera prisa, solía ser ella la que
siempre me metía prisa para salir y para todo. Y encima, si justo antes de que
abriera la boca, ya le había dicho que tenía que contarle algo extraño que me
había pasado. Para no quedarse algo asustada.
Anduvimos, hasta que volvimos a estar en mi calle de nuevo, pero
esta vez estaba más cerca de la parada, y allí seguía viendo al chico sentado,
esperando en la parada del autobús.
¿Quién era aquel chico? ¿Y qué hacía allí sentado desde hacía
unos 20 minutos más o menos? ¿A quién esperaba? ¿Lo habían dejado plantado? –
me preguntaba sin cesar. ¿Y por qué me miraba a mí cuando fui hacia casa?
No paré de darle vueltas a la situación que hacía unos minutos
había vivido. Cuando estaba en el autobús, no vi ningún ramo de rosas cerca de
donde ese chico estaba sentado. Aunque pensándolo bien, creo que no llegué ni a
ver dónde estaba sentado. ¡Joder, mierda! - Solté en un pequeño grito
inesperado.
Daniela se quedó mirándome, como diciendo: “Esta chica está cada vez peor”. Pero no me dijo nada. Mientras nos
íbamos acercando a la parada, le dije:
-
Dani, ¿ves a ese chico que hay sentado en la parada del autobús?
-
No, ¿Qué chico? – me contestó confusa.
-
¿Cómo que qué chico? ¿Me estás vacilando tía? – le dije un poco
nerviosa y riéndome. Pensaba que me estaba tomando el pelo.
-
Tía, ¿Porque te voy a vacilar?
-
Dani, júramelo. Júrame por lo que más quieras que no te estás
riendo de mí, y dime por favor si ves a ese chico moreno, de piel pálida con el
ramo de rosas rojas - le dije ya un poco enfadada.
-
Aitziber, coño, ¡que no! No me estoy riendo de ti. Te juro que
no veo a ningún chico moreno, de piel pálida con un ramo de rosas rojas. ¿Qué
te has fumado? – me preguntó con cara de incógnita.
-
Nada. No me gusta fumar y lo sabes, parece mentira que no lo
sepas. ¡qué preguntas más absurdas
tienes hija! – Le dije muy malhumorada.