miércoles, 11 de abril de 2012

-Primer capítulo-

1.
       El reloj marca las 04:22 de la madrugada, y aún sin poder dormir. No hay manera de pegar ojo. 
¿Por qué demonios no podré dormirme tranquilamente? - pensé una y otra vez. Algo me hacía estar inquieta. Algo me obligaba a quedarme despierta. Pero no le di mucha importancia.  

Llevaba horas intentando averiguar la razón por la cual no podía dormir. Pero no. No hallé respuesta alguna. Así que, viendo que no la obtenía, me decanté por intentarlo de nuevo, intentar quedarme dormida. 

El reloj ya marcaba las 06:30, casi he de levantarme para ir al instituto. Y con este insomnio, a ver quién piensa atender en clase - pensé mientras mis pequeños ojos conseguían cerrarse sin más. 
Me quedé dormida al fin, aunque sólo fuera por media hora. Media hora era todo lo que pude dormir, media hora. ¿Quién consigue estar en pie tan normal y estar atenta, después de haber dormido sólo media hora? ¿Me estaba empezando a volver loca o qué cojones me estaba pasando?

Ya son las 07:00, el despertador no paraba de sonar, y con él tenía que lograr despertarme. ¡Qué ironía! Hacía unas horas estaba despierta como un osito de peluche, con los ojos abiertos como platos, y sin embargo, ahora mis párpados pesaban tanto que mis ojos no podían abrirse. Normal, necesitaba más horas de sueño. Es horrible pretender despertarme a esa hora, cuando estuve toda la noche con los ojos abiertos de par en par. No tuve más remedio que levantarme, sino llegaría tarde al instituto, y para colmo tendría a mi madre dándome el coñazo para que no se me hiciera tarde. Pero bueno, al menos le ahorré una discusión mañanera. 

Una vez levantada, fui al aseo y me miré al espejo. Sí, tenía más ojeras de lo habitual. Como para no tenerlas después de la noche que había pasado - dije. 
Me lavé la cara, he hice mis necesidades biológicas. Volví a mis cuatro paredes rosas con nubes de color azul celeste, y abrí el armario. Y como de costumbre, no sabía qué ponerme. Al final me decidí por unos vaqueros pitillo de un tono oscuro, una camiseta de rayas blancas y azules, y me coloqué mis botas preferidas, las marrones. Volví al aseo, y me peiné. Más tarde, fui a la cocina, y abrí el frigorífico. Saqué la leche desnatada, y una taza pequeña del armario, y vertí la leche en ella. La calenté en el microondas, y le eché una cucharada de azúcar y un poco de chocolate en polvo. No me gustaba que tuviera mucho color. Y casi de un trago, me la bebí. Saqué mis libros de la habitación, y me dirigí hacia la puerta principal de mi casa. Bueno, la casa de mis padres. Cuando salí, escuché a mi madre de lejos, sin entender muy bien lo que me decía. Pero imaginé que me estaría diciendo lo de siempre: "llámame cuando llegues". 

Abrí mi Opel Vectra del año 97, me senté y arranqué. No sin antes haber puesto la música. Metí la primera, y salí de la calle donde vivía y me dirigí hacia las afueras del pueblo. Llegué a Cartagena y como llevaba haciendo varios años seguidos, aparqué en el parking del hospital que había al lado del instituto al que iba, y llamé a mi madre para avisarla de que ya había llegado. Eran las ocho menos veinte, y me quedé un rato esperando en la puerta a ver si venía algún compañero de clase, aunque era demasiado temprano, me decanté por entrar al instituto, hacía fresquillo por la mañana temprano. De modo que me senté en uno de los bancos verdes que había en el hall del instituto. Justo en el banco que hay conforme entras por la puerta grande. Estuve sentada un rato, hasta que vi a entrar a una compañera y otro compañero de clase, Alexander y Roxann. Entramos en clase y comenzamos a dar, otra mañana más, Filosofía con aquella profesora que nos parecía que estaba muy ida de la cabeza. En fin… - suspiré.

Estábamos ya a 17 de mayo. Selectividad estaba ya a la vuelta de la esquina, y mis nervios estaban a flor de piel. Pasé un par de meses estudiando todo lo que podía y más para terminar por fin el bachillerato, después de tres años consecutivos, y para hacer las pruebas de selectividad. Esos exámenes por los que nos metían tanta caña desde principio de curso. Nadie podía decir que los profesores no se lo curraban, la verdad. Después de toda la tralla que llevábamos aguantando. Que si trabajos, que si resúmenes, que si estudiar para los exámenes de bachiller, que si estudiar para los de selectividad. ¡Qué agobio por Dios! 

Después de aguantar seis horas de clase de un tirón, mi mañana en el instituto por fin se había acabado. Así que me dirigí al parking y me subí al coche. Me abroché el cinturón y me dispuse a arrancarlo para poder irme tranquila hacia casa. Cuando llegué a casa, vi que mis padres no estaban en casa, así que llamé a mi madre para ver donde estaba y si quería que hiciese algo en especial para comer. Me dijo que había ido a recoger a mi padre del trabajo, que en unos diez o quince minutos estarían los dos en casa. Puse la mesa y me dispuse a hacer algo de comer. Hice espaguetis a la carbonara, todo un manjar para degustar aquella mañana tan soleada y cálida. Cuando terminé de hacer la comida, mi madre abrió la puerta de casa y dejó las llaves del coche encima de la mesa del comedor. Entró a la cocina y me dijo:
- ¿A qué adivino que has hecho de comer?
- Venga. Inténtalo - Le dije con tono burlón.
- Has hecho… - se quedó pensativa, y haciendo que su olfato le diera alguna pista de la comida que había preparado. Parecía un perro, y me eché a reír.
- ¿Qué? ¿Lo adivinas? 
- Espera. Espera un momento. Déjame que reconozca este olor. 
- Con lo buena cocinera que eres, ¿aún no sabes qué he hecho de comer? 
-  Sí. Si que lo sé. Has hecho pasta. 
- ¡Anda! ¡Que adivina! – Le dije enarcando una ceja hacia arriba. Pues sí, he hecho pasta, pero podrías ser algo más específica mamá – le dije.
- Bueno vale, has hecho espaguetis a la carbonara con Bacon. 
- Sí, mamá. Eso he hecho. Y espero que esté al gusto de todos.

Mi padre entró a la cocina y me dio un beso, y me dijo que olía muy bien. Que qué le había hecho para comer, y yo le dije: Mañana Dios dirá, pero hoy comeremos espaguetis. Nos sentamos los tres a comer, y una vez que terminamos, yo me levanté y me fui al salón a ver la televisión. Como me aburrí estando sentada en el sofá, me fui a mi habitación y me eché en la cama a descansar un rato. Le dije a mamá que me llamara sobre las cuatro, para estar despierta para aquella tarde.

Por la tarde, a eso de las cinco, tenía que coger el autobús para volver a ir al instituto. Una mierda tener que ir de nuevo esta tarde - decía siempre.

Pero normal, como no iba a ir, si me había quedado historia pendiente del primer año. Y yo como no era de las que se me daba bien la historia en general, muy a mi pesar, llevaba colgando historia de primero; historia del mundo contemporáneo. Después de tener que ir también por las tardes sal instituto, una ya estaba cansada de ir a clase y de tenerla suspensa. Pero no sé cómo fue, que en los dos últimos exámenes, repasé un poco más de lo que hacía habitualmente, y… ocurrió lo que yo ni siquiera me esperaba. Aprobé con buenísima nota los dos. En uno saqué un 7’25 y en el otro un 6’50. Me quedé sin palabras cuando los vi corregidos. Era increíble. ¿Cómo podía haber aprobado aquellos dos exámenes? ¿El profesor quiso, después de verme durante 3 años, que me quitara la asignatura de una vez? ¿Fue un golpe de suerte? ¿O de verdad me lo había preparado así de bien? Mi conciencia no estaba del todo tranquila. Como lo iba a estar si me inventé todo lo que pude y más en aquellos exámenes. Sin comerlo ni beberlo, me había quitado de en medio, de un tirón, todo el libro de historia de primero de bachiller.

¡Me ha aprobado! ¡Después de tres años, por fin termino esta asignatura que tanto tenía atragantada! – dije llena de euforia y dando saltos de alegría.

Ese profesor me había aprobado con un seis. No es que fuera una gran nota, pero era normal, después de haber ido sacando 4’25 y 4’75, no podía pedir más. Pero yo estaba contenta, sólo pretendía aprobar esa asignatura. Con lo que me había costado quitármela de encima, como para enfadarme por esa nota tan baja en historia. Mejor era tener un seis, a tener un cinco. Al menos, la nota no fue del todo mala. Supongo que mi futura nota media no es que fuera a ser elevada, pero esperaba que fuera algo más de un cinco pelado, al menos. Aquel hombre se portó. Se había portado demasiado bien a mi parecer.

Una vez que salí del instituto, después de tan inesperada buenísima noticia, y habiendo dejado por zanjada y terminada esa asignatura pendiente, caminé hacia la parada del autobús, me dispuse a coger el autobús urbano que llegaba hasta mi pequeño pueblo. Un pueblo que casi nadie conocía cuando mencionaba su nombre. El Albujón. Así se llamaba. Un pueblo que pocos compañeros sabían siquiera que existía tal pueblo con semejante nombre.

1 comentario:

  1. Hiperrealista. El avance es mecánico, con puntuación de telegrama, y algunas repeticiones y redundancias, que no obstante, le dan cierto ritmo poético, sobre todo al principio.

    Sin embargo, cuando los pensamientos y sentimientos se escriben igual, parece que son atropellados e inconexos. No se termina de conocer a la protagonista, y eso hace que toda la escena en conjunto sea misteriosa, como si te enseñaran fotos de rincones pequeños de una habitación y no alcanzaras a hacerte una idea la panorámica general, qué es lo que va a ocurrir. En conjunto, intriga lo suficiente como para no querer perderse el capítulo dos.

    ResponderEliminar